lunes, 30 de enero de 2012

Tormentas que ya no me gustan,

Antes de empezar a trabajar en Techo amaba las tormentas. Me gustaban la lluvia y los truenos. Me alegraba la vida dormirme con el ruidito de las gotas sobre el techo de mi casa, escuchar los rayos y taparme hasta la cabeza.
¿Qué pasó después? Me encontré con una realidad dónde la lluvia significaba otro mundo de cosas. Dónde unas gotas significaban no dormir en un lugar sequito, no poder ir al cole, tener frío hasta los huesos. Vi cómo una tormenta le cambia la mirada a una persona, vi como una familia cruzaba los dedos para que no llueva y entendí que las tormentas no son tan lindas, que las lluvias, a veces, no son tan buenas y que los relampagos, muchas veces, asustan.
Desde que aprendí a comprometerme con los de acá y los de allá, cada vez que llueve me acuerdo de Mía y Gonza, de Erikita, de Facu, de los chicos de al lado del arroyo, de los vecinos del Barrio Santa Cruz, de los vecinos de acá y de los de más allá.
Ya no disfruto las tormentas como antes. Cada vez que veo el cielo gris, cruzo yo los dedos con aquella familia (y con todas las otras) esperando que esta vez no los golpee tanto.

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