En lo que va de la semana soñé cuatro veces que me casaba con Lucas. Cuatro. Muy reales, sin cosas locas de sueño, super reales. Tan reales que me despierto y siento la electricidad de la felicidad en la piel. Tan reales que antes de abrir los ojos me pregunto si no estará durmiendo al lado mío y fue de verdad. Reales y muy parecidos los cuatro. Lindos. Felices.
Ayer antes de dormir, mientras pintaba, me dí cuenta que más allá de algunas cosas, a pesar de otras tantas, sigue siendo la única persona que logra borrarme la tristeza. Hacerme sonreir, hacerme reir. Últimamente no encuentro las palabras entre nosotros, al menos no las que creo que necesito; pero sus brazos siguen siendo lo más fuertes y más cálidos, sus besos los únicos capaces de calmar mi ansiedad y sus caricias las únicas que necesito para seguir aunque ya no tenga más ganas.
Y aunque a veces me fastidie y aunque a veces me ponga celosa y quiera matar a todos, sigue siendo de Él del que hablo 24/7 y siguen revoloteandome las mariposas (como me dijo Él una vez: mariposas que tienen más mariposas dentro) por todo el cuerpo antes de verlo, como si fuese la primera siesta, como si fuese nuestro segundo beso. Y no es más que Él que me saca sonrisas sin siquiera estar conmigo. Ayer me di cuenta que pocos me deben conocer tanto como Él, pocos poquísimos (hasta casi te diría que ninguno) y la semana que viene hace un año que estamos juntos y todavía me asombra lo pavotamente enamorada que estoy y la cantidad de cosas que todavía me provoca con tan solo sonreirme.Y y y y lo mucho que me gusta y lo mucho que me divierte mirarlo y lo feliz que soy.
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