jueves, 7 de junio de 2012

Desigualdades, injusticias y nudos en la garganta.

Desde que sali de mi casa a la una y media de la tarde que la crueldad de la gente no deja de lastimarme. Llego recién ahora y se me caen las lágrimas. Estuve todo el día con ganas de pararme, de gritar, de denunciar esta realidad del orto que azota a tanta gente, que es tan injusta y tan de mierda. Con ganas de sacudir a la gente, sacudirle la cabeza, las ideas, abrirle los ojos. Gritar, gritarles. Tengo el corazón roto por esta sociedad egoísta que lo único que hace es mirar para dentro de su propio estrato (y sin siquierar mirar tanto) y no ve que pasa abajo, más abajo de abajo y allá dónde ni siquiera es más abajo, dónde es la nada. Allá dónde nos necesitan más que en ningún lado. Dónde te escuchan, dónde los nenes te dicen seño, dónde te ceban un mate, dónde te hacen sentir persona. Y también ahí dónde la exclusión los lleva al límite, dónde pueden robarte, dónde se drogan, dónde no tienen sueños, ni esperanzas.
Y se me caen las lágrimas de impotencia, de sentir que mi esfuerzo y el de tantos otros no alcanza. Y se me caen las lágrimas y no dejo de pensar en todos los que no tienen dónde dormir hoy, con que taparse o que cenar. Pienso en el frío que tenía mientras venía en el tren, viendo tanta injusticia, con un nudo en la garganta, abrigada; y pienso en ese nene en remera y descalzo, en ese señor en camisa. Y sigo sin querer entender nada.

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